- Gabriel García Márquez

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Apología a la imaginación

Sin entender bien cómo, ni el pretexto, por la ventana de mi habitación se entra el sonido del mar. Cuando tengo puesta  música  se hace más evidente; suena detrás de todo, aún detrás de la música de fondo.  Siempre llega por las noches.

A veces pasan camiones y carros por la calle, y entonces pareciera que al salir habrá una costanera transitada de lugareños y turistas que le tiran fotos a cada ola, cada pájaro, cada embarcación que transita por el mar. A veces pienso en mirar por la ventana para verlos cada uno en su terreno, quienes reptamos por el cemento y las ciudades, la infinidad de los que transitan por el mar, la perfección de quienes pueden transitar los 3. Pienso en mirar con los ojos cerrados y sentir el viento salino que te seca los labios y la piel, la humedad que se impregna a la ropa. Pero mi ventana es muy pequeña y está muy alta para poder sentarme a mirar.

Quizás por eso se entra el sonido del mar todas las noches para hacerme compañía.

A veces es tan convincente que puedo imaginar las olas rompiendo contra los pedregales al llegar a la orilla. Imagino las ráfagas de viento que se cortan al rozar mis ventanas, e incluso imagino los noctámbulos como yo que han de transitar entre arena y pedregal, mares y viento.

En una ciudad mediterránea no se encuentra el mar. En una ciudad atestada no se escucha el viento. Donde todo es cemento y máquinas (que de noche suenan como el mar) no vuelan pájaros nadadores. Pero la memoria es la base firme que erige nuestra -imaginativa- resistencia.

martes, 18 de abril de 2017

Auto explicación


A quienes sentimos necesidad de escribir nos pasa que nos ahogamos. La Pizarnik era una de esas. Estas noches me siento acompañada por su angustia y su desesperación. Esa desesperación que hace envolverse en los propios brazos, bajo la oscuridad de la noche, dentro del encierro de la habitación.
Las noches de insomnio siento que la humanidad se me cae a pedazos. Se me desarma, se me escurre y me rebelo contra las palabras - que son las únicas que rondan mi cabeza en las noches solitarias de mi desesperación-. Me rebelo repasándolas en mi cabeza hasta que pierden sentido, hasta que ya no entiendo qué significan ni por qué me gustan: creo que lo hago para terminar de apartarme de ellas, lo poco que me hace sentido, para abrazar la tristeza que pocos me conocen, las lágrimas que casi nadie. El orgullo rabioso, la dignidad intransable, la soledad en consecuencia de.
Así es ese vacío que siempre cargo encima. Con su propio peso, su propia densidad, con la expresión de orgullo que me llena la cara cuando creo que no debo reconocer algo. Una tristeza y vacío que parecen venir de las adicciones ingenuamente controladas, de sentirme grande -injustamente- tan pequeña, de creerme tan pequeña y vulnerable, cuando a la fuerza me volví grande.
Tengo distintas nostalgias en las que cobijarme, dependiendo de la noche. Muchas son por el pasado, por las cosas que dejo de hacer, la mayoría por las cosas que de una u otra forma me espero. Otras son angustias, esperanzas (casi lo mismo, dos caras de una misma moneda) de todo lo que quiero cambiar, arreglar; el mundo entero.
Por eso también milito, la vida también - no sé si desde antes o después que las tristezas - me da mucha rabia. Rabia porque nunca me ha hecho sentido todo el sufrimiento que viven las mujeres y los hombres por ser subordinados a otros, realidad de la que mi propia familia nunca fue ajena y que a mi me afectó llenándome de traumas y rabias por frustraciones de las que no (o quizás si, pero sin querer) soy culpable. Militar es algo necesario si no te quieres morir en esa rabia, si las instituciones no te convencieron de que puedes ignorar esa rabia (más bien, transformarla en conformidad), o si no tienes tanta plata para eludir sus causas. Nunca te deja de dar rabia (la sociología, la izquierda, el feminismo) pero te hacen entender sus motivos. Por eso me muevo.
Pero la tristeza me detiene, me vuelve una humanidad (demasiado grande y pequeña a la vez) que se resquebraja sobre la cama, sufriendo de insomnio, viendo las horas pasar. La poesía es un buen indicador de intensidad, repasar un poema como el de Benedetti o Huidobro puede llevar a compartir la más profunda alegría del romance y el socialismo (cosas inmensamente necesarias en la vida), y comprender a Pizarnik o Violeta Parra te hacen entender, como decía la Viola, que la vida no es una fiesta. La tristeza es difícil de explicar, y cuando un poema se aventura en ese solidario propósito, no soy capaz de digerir más de 2 o 3 de corrido. Se siente y va doliendo, pero va ayudando a entender la propia existencia enmarañada, los dibujos de los brazos (siempre con distintos orígenes), la autodestrucción -consciente y constante- a la que me abandono. A nosotras nos piden el doble, y por el doble de exigencias recibimos la mitad, decepcionamos el triple. Por eso creo que la tristeza que una lleva es más profunda que cualquier otra, más difícil de desentrañar para entender.
Escribir es dejarlo todo fluir. Comprender, acceder. Escribir es podar el árbol de fantasmas para que no tapen el sol. Es lanzar un salvavidas necesario para no ahogarse en el océano con que se inunda una cada cierto tiempo. Escribir es auto explicarse las tristezas ancestrales que una carga. Para hacerlo se necesita buena memoria; yo tengo una de esas que permite guardar recuerdos de cuando ni si quiera sabía hablar, donde seguramente hubo palabras que no entendía y emociones que se me transmitieron por los gestos y proximidades, por los colores con que recuerdo aquellas escenas. La memoria es un artificio invaluable a la vez que trágico. Me permite mecerme en estas nostalgias que me quitan el hambre, que no termino de entender. La memoria está a la base de la pena y de la rabia, y por la misma es que miles no olvidamos ni perdonamos tantas cosas. Todo se relaciona.

Pizarnik

“Necesitas límites mentales. Necesitas no esperar. Necesitas no esperar nada de los demás. Necesitas no traficar con tu dolor. Necesitas orgullo y soledad. Necesitas orden. Necesitas poesía.”

“hay que llorar hasta romperse (…)
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia (…)”

“A veces también se me acaban las sonrisas para ti, a veces también se me acaban las ganas de escribirte. Pero te quiero, ojalá lo entiendas, siempre te quiero, pero a veces mis abrazos no tienen calor y mi boca no sabe que decir… Pero te quiero, siempre te quiero, cuando no te convengo, cuando no me soportas, cuando te odio, te quiero.”

"Haz que no muera sin volver a verte."

“Y yo me cubro, yo me envuelvo, me mezo en mi nostalgia preferida, me abrazo a la almohada y lloro, me avergüenzo de mi edad y no comprendo por qué, tan de repente, ya no soy una niña.”

“Sonríe, pero está muerto, y cuando alguien está muerto,
muerto está por más que sonría.”

“Palabras, palabras… El amor es otra cosa. Y no me importa que maltraten el mío ni que lo castiguen con la indiferencia más extrema. Yo sé que es real, yo sé que existe y me duele más que mi vida (…)”

“Y yo pensé que tal vez la poesía sirve para esto, para que en una noche lluviosa y helada alguien vea escrito en unas líneas su confusión inenarrable y su dolor.”

“Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos ¨

“Si leo, si compro libros y los devoro, no es por un placer intelectual (yo no tengo placeres, sólo tengo hambre y sed) ni por un deseo de conocimientos, sino por una astucia inconsciente que recién ahora descubro: coleccionar palabras, prenderlas en mí como si fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quién no quiere la cosa, y despertar en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho.”

“Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré.”

“Escríbame, dijo, escríbame de usted. Escríbele hasta que te enredes en los hilos del lenguaje y caigas herida de muerte.”

"Estuve pensando que nadie me piensa. Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi rostro dentro de sí ni mi nombre correr por su sangre. Nadie actúa invocándome, nadie construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas cosas. He pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi nombre. He pensado en mi soledad absoluta, en mí destierro de toda conciencia que no sea la mía. He pensado que estoy sola y que me sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y mi muerte. Pensar que ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para completar su vida.”

“A nuestra edad sabemos que nada es para siempre. Nos enamoramos pero sabemos que no será pasa siempre. Por eso nos arriesgamos, por eso nos entregamos hasta quedarnos vacíos.”
“Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión.”

“No te llamo, no te pido. Me doy, te soy. Tú no me tomas, no me necesitas, no hay ganas de mí en tu mirada. Te veo, te creo, te recreo, mi solo amor, mi idiotez, mi desamparo. ¿Qué me hiciste para que yo me enrostre este amor estúpido? Piedad por ti. Cuando te vea lloraré, recordando lo que tuviste que padecer en mi memoria.”

"Abandono de todo plan literario. Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana, sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran"

“Aunque te esperaba no te esperé. Era como si me esperara a mí. Pero yo no llegué. Ni tú tampoco.”

“Quiero estudiar, quiero aprender, quiero escribir. Tengo veintidós años. No sé nada. Nada fundamental. No sé lo que debería haber aprendido hace muchos años. Nadie me enseñó nada. Sé, en cambio, lo que debería saber mucho después. De allí que me sienta anciana y niña al mismo tiempo.”

“La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión “ganarse la vida” como sinónimo de “trabajar”. En dónde está ese idiota.”

“Había que escribir sin para qué, sin para quién”

“Soy tu silencio, tu tragedia, tu veladora. Puesto que sólo soy noche, puesto que toda noche de mi vida es tuya.”

“Escribo como siempre, por lo de siempre: me estoy ahogando.”

"Buscar: no es un verbo sino un vértigo."

“Mi esperanza más antigua es ésta (infantil, increíble): un encuentro con alguien que me haga sentir que vive, que somos dos, sin que tengamos que recurrir a la mediación del lenguaje oral.”

“Simplemente no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré siquiera que hay un “saber volver”. No lo querré acaso.”

“Escribes poemas
porque necesitas
un lugar
en donde sea lo que no es”

“Nada más idiota que la experiencia del tiempo a través de los relojes y no obstante aquí estoy: temiendo que se me haga tarde.”

“Si pudiera tomar nota de mí misma todos los días sería una manera de no perderme, de enlazarme, Porque es indudable que me huyo, no me escucho, me odio y si pudiera divorciarme de mí no lo dudaría y me iría.”

“Ya es bastante que viva, que no robe ni mate ni ejerza la prostitución. En vez de ello leo poemas y estoy angustiada.”

“Todo mi ser aspira a una sola cosa: encontrar a quien yo sé, no en el sueño sino en el lugar de los cuerpos tangibles.”

“Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto.”

“Cierra las puertas de tu rostro para que no digan luego que aquella mujer enamorada fuiste tú…”

“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.”

“Tengo que dejar el psicoanálisis. Tengo que reconocer, de una vez por todas, que en mí no hay qué curar. Y que mi angustia, y mi delirio, no tienen relación con esta terapéutica, sino con algo más profundo y más universal. Mi terror a la soledad.”

“Necesitas límites mentales. Necesitas no esperar. Necesitas no esperar nada de los demás. Necesitas no traficar con tu dolor. Necesitas orgullo y soledad. Necesitas orden. Necesitas poesía.”

“Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.”

“Mi sangre, mi sexo, mi sagrada manía de creerme yo, mi porvenir inmutable, mi pasado que viene, mi atrio donde muero cada noche. Oh ven, nada ni nadie lo sabrá nunca. Aun cuando yo no lo quiera ven. Aun cuando yo te odio y te abandone, ven y tómame a la fuerza.”

“Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.”

“Algo que no puedo nunca hacer es leer de una sola vez un libro de poemas. Un solo poema o dos y ya siento que no puedo más de tanta verdad dolorosa.”

“Imposible la plena comunicación humana. Los otros, siempre nos aceptan mutilados, jamás con la totalidad de nuestros vicios y virtudes…”

“Odio. Odio. Yo odio y quisiera que todos muriesen, salvo la vieja repugnante mendiga de ayer que dormía en el metro abrazada a una gran muñeca. (Así voy a terminar yo pero será la muñeca la que dormirá conmigo en sus brazos.)
Y no obstante, qué maravilla terrible y horrible es el ser humano; qué hay de móvil y fluyente en el espíritu, que no deja que un estado se detenga, que no deja que un estado onírico se eternice o persista. Por eso, tal vez la atracción de los personajes literarios, seres absolutos, es decir, que llevan el amor o el odio detenidos en ellos. (Así fui yo cuatro años, así me viví cuatro años.) Cuatro años en los que me imaginé y me soñé, en que me vivía como otra. Una sola cosa: La Enamorada.”

“Cúrame del vacío —dije.”

“¿Por qué cuento las horas si son todas iguales, todas hechas de tu rostro increíble a pesar de saber que no hay nadie en mi habitación? Las horas de mi silencio, las horas de mi espera. ¿Cuánto falta para verte unos minutos? ¿Cuántos centenares de horas para hablarte unos minutos? Y ni siquiera esos minutos me aseguran nada. A veces, estás con otra gente, a veces mi enorme emoción no me deja mirarte y es como si no hubiera ido a verte”

“Y he sufrido con las palabras de hierro, con las palabras de madera, con las palabras de una materia excepcionalmente dura e imposible. Con mis ojos lúbricos he pulsado las distancias para que mi boca y las palabras se unieran furiosamente.”

“Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.”

“Y cuando es de noche, siempre, una tribu de palabras mutiladas busca asilo en mi garganta, para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio.”

“Tú eliges el lugar de la herida en donde hablamos nuestro silencio. Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.”

“Me duele funestamente el corazón. Tanta soledad tanto deseo. Y la familia rondándome, pesándome con su horrible carga de problemas cotidianos. Pero no los veo. Es como si no existieran. Siento, cuando se me acercan, una aproximación de sombras fastidiosas. En verdad, casi todos los seres me fastidian. Quiero llorar. Lo hago. Lloro porque no hay seres mágicos. Mi ser no tiembla ante ningún nombre ni ninguna mirada. Todo es posible y sin sentido.”

“De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando.”

“Es como si tuviera un desierto detrás de mi pecho, es como si me hubiera tragado una loca incendiada que corre por mi sangre dando alaridos, es como si fuera una fuga. Yo no quiero ser una fuga, yo no quiero que me pongan agujas en la sangre. Quiero vivir y ser yo. (¿No estaré luchando con la locura?)”

“Entonces… ¿qué? Entonces… estar y esperar. ¡Esperar a que todo venga espontáneamente! ¡No! Lo único que ha de venir espontáneamente es la muerte. ¡Al diablo!”

“Llega un día en que la poesía se hace sin lenguaje, día en que se convocan los grandes y pequeños deseos diseminados en los versos, reunidos de súbito en dos ojos, los mismos que tanto alababa en la frenética ausencia de la página en blanco.”

lunes, 5 de diciembre de 2016

Violeta Parra con Calle 10

Volver a Las Cruces siempre es un viaje de vuelta a la infancia. Las casas grandes frente a la playa grande y la chica (La playa de la vírgen y la playa de las cadenas, como las conozco yo). Los taxis amarillos, las micros a toda velocidad por las colinas del litoral central. La tranquilidad de pueblito antiguo, los restos de poesía que se encuentran en las paredes del centro.
Esta vez quise volver a la casa que tenían mis bisabuelos. Hace 15 años más o menos que no volvía, porque fue vendida abruptamente cuando los viejitos partieron. Me arranqué un rato de mis amigos y partí guiada por los recuerdos. Sabía que había que subir las escaleras que están en un costado de la playa chica y en la cabeza tenía imágenes varias del camino a la casita, de esas que una guarda cuando tienes 5 o 6 años, pero que bien podrían haber sido sueños mezclados de tanto paisaje imaginado.
También sabía que tenía que llegar a la esquina de Violeta Parra con Calle 10, porque ahí estaba la casa del tatai y la mamita. Me detuve en un lugar y pregunté, me confirmaron que era por donde yo creía, y con el corazón a mil caminé hacia esa dirección. El camino era el mismo: calle sin pavimento, casas pequeñitas de madera, uno que otro perrito playero, de esos que te hacen sentir la mejor persona de mundo por la forma de mover la cola. Quizás faltaban algunos árboles, quizás un par de casas habrán cambiado su color, y en otras habrán plantado más (o menos) hortensias, cardenales, rayitos de sol, y todas esas flores de la costa. Quizás faltaba algún negocio, o abrieron otro. Pero el camino seguía siendo, prácticamente, el mismo.
Y la casa también era casi la misma. Solo que más chica, mucho más que 17 años atrás, cuando la Catita de 4 años se escapaba por un hoyo en la pandereta y se iba a jugar media cuadra más arriba, a la plaza que el tatai mantenía en esos tiempos.
La casa ahora era de color rojo descascarado, distinta a la impecable pintura amarilla y azul que mantenían en esos años. También faltaban los cardenales en el patio hermoso. Faltaban los perritos de esos años (en especial el Guapi y el Kayser) ahora quizás en qué cielo, y faltaba la madera en el patio de atrás para encender la salamandra. Faltaba el auto de mi mamá estacionado afuera, la música de carabineros que el tatai ponía mientras amasaba pan con chicharrones, y la infaltable cerveza Escudo heladita (De dónde más iba a salir yo así??).
En realidad, la casa no era tan la misma. Le faltaba harto cariño, con la pandereta media rota y el patio abandonado, sin ropa en los tendederos, sin los muebles a medio inventar del abuelito ¿Qué es la casa sin la casa? Sin el festival de viña en la noche con mi mamá y mis tías, o Chica Da Silva, cuando a mi me mandaban a dormir (pero escuchaba desde mi cama e intentaba imaginarme lo que ocurría). La casa no es mucho sin la casa, pero su presencia - ahora diminuta, porque nunca te das cuenta cuando creces - estremece el alma. La casa sigue con todos los recuerdos que esperan ser rescatados, sigue llena de energías que te tiran de memoria el corazón y te hacen llegar sin recordar el camino.
Al frente de la casa había una colina, que en nuestros tiempos tenía un bosque de eucaliptos donde colgábamos un neumático y nos columpiábamos tardes enteras con mis primos y los amiguitos de la playa cuyos nombres no recuerdo. Ahora el bosque ya no está (como casi todos los bosques) y la colina tenía una cerca porque ahora habían otras casas (como suele suceder). Tampoco estaba ya la plaza que mi tatai se encargaba de cuidar, la plaza llena de cardenales y rayitos de sol que él regaba, con juegos de madera, columpios y resfalines. La plaza que era grande y ahora también se volvió pequeñita como la casa, llena de malezas y sin ningún juego, arrasada por el huracán del olvido.
Cuando tuve suficiente de recuerdos tomé el camino de vuelta a la playa chica. A cada paso el revoltijo de la guata y el corazón tenía distintos matices. Sería fácil decir que todo se trató de tristezas por la casa y la plaza abandonadas, por el bosque cortado y los perritos que no están, pero creo que todo se trató más de alegrías. Alegría porque sabía llegar luego de todos los años transcurridos, alegría por volver (aunque sea por fuera) a la casa de cariño interminable, cargada de recuerdos de veranos de niñez, personas amadas que ya no están, navidades en familia, juegos con los primos, picaduras de zancudos y arena por todas partes. Alegrías porque espero, algún día, esa casa vuelva a ser la que era.
Las Cruces y su eterno resplandor, de pueblito lleno de historia pero inmutable en el tiempo. De calles tranquilas y rincones alucinantes, como la Caleta cerca de la casa de Nicanor, lugares evocados en mis sueños y reencontrados gracias a un viaje muy especial, con gente muy querida. Gracias totales.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Chico pelvis

Al chico pelvis lo conocí por medio de mi vecina mexicana, que se vino desde su país siguiéndolo. Tenían un buen amor, al menos eso se veía. Carlos se llamaba, vivía en la Pintana, era un importante de la garra blanca del Colo, de los amks del Bosque. Rondaba los cuarenta y tanto años.
También era narco, y cada vez que llegaba a Prat (en distintos autos que iba cambiando periódicamente) organizaba un asado. Los porros, la cerveza y el jale corrían por su cuenta. Y vaya que corrían.
Conversamos una sola vez. Cuando supo que estudio sociología sentí que me tuvo cariño. "La socióloga" me dijo el resto de la tertulia. Me contó que su familia venía de la toma de la Victoria. La toma más grande, más respetada. Sin duda desde ahí heredó ese pensamiento, que no alcancé a conocer tanto, pero que después de los hechos supe que tenía. El chico pelvis creía en la revolución, en la solidaridad y la autoconciencia como una alternativa a la represión y el terrorismo de Estado.
Creía en la hermandad, era humilde y generoso, y eso se notó cuando a su velorio llegaron, el primer día, más de 500 personas. El segundo día, hoy, habían por lo menos otras 200.
Hubieron varias versiones. La noche de sábado del 24 de septiembre, el chico pelvis andaba con su barra brava y dicen que se armó una pelea. Dicen que él fue a separar, dicen que andaba metido, no se sabe. Lo que se sabe es que entre la locura había alguien que había salido hace poco de la cana y quería ajustar cuentas con el chico pelvis. Bastaron dos balas para que el llamado sombrío de sábado por la noche le cambiara la vida a mi vecina y tuviera que partir a la morgue con la familia de Carlos a reconocer su cuerpo.
El velorio se hizo en su casa de la Pintana. Con mis vecinos lo fuimos a despedir para acompañar a nuestra vecina, y porque el chico pelvis lo merecía. Allá le tenían cerrado un pasaje entero donde estaban todos sus compañeros de la garra blanca, que también aprovecharon de decorar con banderas y lienzos del Colo, hacer una parrillada, y convertir la calle en carnaval con sus cantos y memoria.
La casa era humilde, y estaba repleta de gente que traía recuerdos, flores y ofrendas al ataúd donde descansaba el chico pelvis. Con una cara sonriente que nunca le había visto a un difunto, quizás por las ofrendas que acompañaban su ataúd (de las que recuerdo: botellas de cerveza, dulces, cigarros y casquillos de bala), quizás porque combinaba la muerte con una polera del Colo. Habían algunas fotos de su juventud en las que se parecía mucho a Elvis Presley, a quien imitaba cuando chico. Así me enteré de la razón de su apodo. Ahí también supe que en su vida había bailado breakdance, participado en bandas de punk rock y entre tanto jaleo, se hizo amigo del cantante de los Fiskales Ad hoc, que llegaron a tocar a su velorio, por la memoria y el cariño.
La calle era locura, cada tanto nos envolvía una neblina blanca de extintores reventados. Cada tanto de entre la multitud salían fuegos artificiales y bengalas.
Cada tanto, alguno de sus leales apuntaba un arma al cielo y disparaba hasta vaciarla. Escopetas y pistolas que prometían vengar la vida arrebatada del Chico pelvis, que sellaban la promesa con tiros al vacío y se acompañaban de cantos que prometían además no olvidar al garrero que había caído.
Así nos quedamos, observando, hasta que salieron algunas bandas de punk. Muy queridos del chico pelvis que venían a despedirlo. Ahí, el que era uno de sus mejores amigos aprovechó para recordarlo como un libertario convencido de que la policía no era necesaria si tenemos solidaridad.
Y entre el jolgorio de la despedida se veía cada tanto la viuda, cuyo llanto de dolor otrora nos despertó a todos en la casa, hoy tenía una sonrisa de agradecimiento, de compañía.
Cosas impagables, indescriptibles. La muerte y su talento para hacer converger la venganza y el carnaval, en una despedida masiva, de barra, libertaria a su manera, inolvidable. De un Chile marginal y escondido que con armas de fuego y un rastro grueso de sangre soluciona sus problemas cuando se rompe algún código de honor, cuando se llevan a uno de los tuyos.
Descansa chico pelvis, me alegra que tu despedida haya sido un carnaval, me dijeron que tu vida entera lo fue.

viernes, 19 de febrero de 2016

Queda poco

La despedida nunca fue tal. Yo te tiro, tu a mi.
Seguimos conversando, volvimos a acostarnos.
Me fui dos semanas de voluntariado, entre otras cosas, para poder despegarme de ti. Resultó en que nos mandamos audios y conversamos todos los días. Resultó en que cuando llegué, me recibiste con un abrazo y chumbeques. Harta conversación.
Pasamos un sinsabor porque ya no querías que pasara nada entre los dos, yo si, yo siempre. No nos hablamos, nos volvimos a hablar. Porque yo te tiro, tu a mi.
Y estuvo la noche anterior.
Ayer me invitaste a ver un entrenamiento de rugby. Íbamos a ir de fiesta después y el panorama no funcionó, te fuiste solo.
Pero las circunstancias nos unen y nos mezclan siempre.
En la noche te dejaste caer en mi cariño, me entregaste lo mejor de ti, te quedaste en mi pieza estrechándome entre tus brazos.

- Te voy a extrañar ¿te vas a acordar de mi de vez en cuando?
- Aunque veas como me hago el gueón, lo cierto es que eres una mujer que no voy a poder olvidar fácilmente. Me gusta hacer de todo contigo. Eres buena, de verdad, de esas mujeres con las que me casaría y viviría la vida. Espero que encuentres a un hombre que te merezca, que valga la pena. 

Me abrazaste fuerte y no paraste de maldecir a la vida en un buen rato. Yo no podía hablar, tenía un nudo en la garganta y lágrimas a punto de salirme de los ojos. Pero te entiendo, yo no dejaría mis proyectos de vida por un romance de un mes, por muy intenso que sea lo que tenemos.

Anoche nos disfrutamos como nunca. Quedan 3 días para separarnos. Las energías de mi alma y corazón están destruidas y confusas.

martes, 26 de enero de 2016

Nos acabamos

Llegaste a mi pieza a decirme lo mismo que yo quería decirte a ti. Que ya no podemos más, que no servimos para esto.
Nos miramos un rato, tienes una mirada cargada de emociones, de belleza. Partiste hablando de Janis Joplin, que es lo que sonaba en mi computador. Terminaste solo el tema porque yo te miraba esperando que me dijeras lo inevitable.

Tienes demasiada culpa, no puedes seguir. Te gusto, crees que soy buena, la pasas muy bien conmigo porque soy interesante. Pero tienes demasiada culpa por lo que estás haciendo.

Lo comprendo, te juro que lo comprendo, porque yo soy igual.

Sé que te gusto, y tu también me gustas mucho - te dije - pero no quiero seguir con esto. Yo sirvo solo para entregarme completa e intensamente a las relaciones en las que me envuelvo, sean amigos, familiares, o lo que ambos alcanzamos a ser.

Solo fue una semana por dios, solo una semana. 
Tampoco quería seguir porque sentía su culpa, sus ganas de no seguir. Yo no sirvo para medias tintas ni para migajas. No sirvo para eso, no puedo ser la otra porque no es mi forma de ser.

Tu lo entiendes, te gusta que sea así, te gusto por muchas cosas. Pero no tiene sentido que sigamos en este juego. Me lo dijiste desde un principio. Así es, me lo dijiste.

Gracias por la dulzura y la sensibilidad. Te diste cuenta que no soy una mujer que se entregue tan fácilmente a cualquiera, que lo nuestro era especial, y por ello no quieres que nos hagamos daño.
Está bien, lo agradezco. Gracias por querer hablar de esto y no dejarlo así no más.
Gracias huachito, porque hace tiempo que no sentía que me gustaba alguien de forma tan intensa como me has estado empezando a gustar tu, Alonso.

Fue un placer, un gran gusto - te dije. 
Hablas como si fuera para siempre - me dijiste. 

Me diste un abrazo tibio, te fuiste de mi pieza y se me cayeron las lágrimas, no había vuelto a llorar por un hombre desde la última vez que me había enamorado.

Que suerte, y que triste, que lo nuestro haya durado solo una semana. Adiós.